Columna
Contra toda evidencia estadística, seguimos creyendo en el juicio de los expertos. El autor explica por qué.
© Sanderson
Durante la última década, varios estudiosos y analistas construyeron un nombre, o simplemente reforzaron el que ya tenían, estableciendo la destrucción definitiva de las Farc. Al principio su tonada, rápidamente adoptada por medios y figuras oficiales, se refería al “comienzo del fin”. Pero, a medida que sentían que sus pronósticos se corroboraban, y sus propias palabras reforzaban entusiasmo inicial, escalaron el discurso y empezaron a hablar del “Fin del fin”. El día de la liberación de Íngrid Betancourt fue seguramente el momento cumbre, en el que la euforia de los farcólogos coincidió con la de toda la nación. Pero el tiempo pasaba y, para ponerlo en los términos de la propaganda oficial de ese entonces, “la culebra” no se moría. Ahora sabemos ya que todavía tenía margen de maniobra, pues está de vuelta. No como esa máquina de guerra formidable que desplegó a lo largo de toda la década de los noventa su sangrienta y exhibicionista arrogancia. Pero sí como un grupo que está lejos de la destrucción definitiva, y que ciertamente no ha entrado en la etapa definitiva de disolución sugerida por la fórmula “el fin del fin”.
No es que me alegre. Las Farc no solo son culpables de miles de atrocidades; también han contribuido, de manera indirecta pero incalculablemente eficaz, a la formación de un bloque de extrema derecha con una amplia base social, y con un programa de largo aliento. Pero la irresponsabilidad con la que se asimilan las catástrofes predictivas de la opinión experta sí que me llama la atención. Los que pontificaban sobre el fin del fin han optado por una de dos actitudes. Una, guardar un pudoroso silencio. La otra, acudir a la manida versión de la puñalada en la espalda: sí, nos encontrábamos cerca del fin del fin, pero nos cambiaron de presidente, y el nuevo, más blando y más conciliador, no ha sabido mantener las exigencias, en términos de seguridad y de lucha antisubversiva, del anterior. A nadie, o casi nadie, le importa que esta narrativa no case con los hechos. Baste recordar que: a) la relativa reactivación de las Farc precedió el acceso de Santos al poder, y b) de hecho Uribe fue mucho más conciliador –el t&ea...
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Columnista de El Malpensante y El Espectador. Es profesor en el Iepri de la Universidad Nacional de Colombia.
Septiembre de 2011
Edición No.123
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