Columna
Masajistas, manicuristas, esteticistas... ¿Hasta dónde llega el ciudado del cuerpo y dónde comienza a desdibujarse el trabajo de estas personas?
Marianne Faithfull, en una escena de la película Irina Palm • © Universität Paderborn
Laura conoce a Lulú en Madrid. Ambas están de vacaciones y al quedar en mesas adyacentes en un restaurante se ponen a conversar y a tomar vino, mucho vino. Lulú cuenta que vive en Austria y hace “masajes con final feliz”. Es caleña y, tras ser violada por un tío siendo muy joven, pasó por la guerrilla, comenzó a vender basuco y todo lo que pudo encontrar. Tenía totalmente clara una cosa: “No voy a ser manteca”. Cuando le contaron que en Aruba se podía hacer mucha plata se marchó dejando marido e hijo para conseguirse un viejo rico que la mantuvo por dos años. “Lo engatusé. Es mejor ser amante amada que esposa engañada”. Viajó luego a Madrid, se llevó al marido pero no se lo aguantaba. Convencida de que “uno no puede dejar que la comida le dañe la dormida”, fue calibrando el país y el tipo de negocio que mejor le convenía. Hoy tiene un local con varios cuartos administrado por su hijo. Cuando Laura le pregunta dónde aprendió a hacer masajes, le responde sonriendo que con saberse el final feliz “lo del masaje a nadie le importa”.
El contenido de esta sección está disponible solo para suscriptores
Columnista de El Malpensante y La Silla Vacía. Es investigador de la Universidad Externado de Colombia.
Noviembre de 2012
Edición No.136
Publicado en la edición
No. 77¿Y al doctor quién lo ronda? Pues lo ronda, entre otras cosas, una peligrosa tentación en la que muchos caen. Ésta es la impresionante crónica de un anestesista que [...]
Publicado en la edición
No. 120Durante tres décadas, Wislawa Szymborska escribió una columna en el periodico polaco Vida Literaria. En ella respondía las preguntas de personas interesadas en escr [...]